Relato corto: Memetown

Pocas veces el destino de una persona se debe a un cable pero esta vez fue así, un viejo y gastado cable dejó de cargar un teléfono dejando a Marcos perdido en el parque natural de Izki.

– ¡Jo-der! – gritó mientras cerraba el portón trasero de su coche parado en medio de la estrecha carretera comarcal. Entró en el coche y mirando su inerte teléfono móvil volvió a maldecir.

– Bueno Marcos, intentemos buscar civilización. – dijo más calmado mientras ponía en marcha el coche.

El viejo Volvo que había heredado de su padre arrancó adentrándose en la densidad del bosque que empezaba a teñirse con los característicos colores del otoño.

La penumbra se apoderaba del entorno, sumiendo a Marcos en una creciente desesperación. Sin avistar ni un pueblo, ni una gasolinera, su búsqueda de algún rastro de civilización se volvía más urgente. Necesitaba desesperadamente encontrar a alguien que tuviera el cable imprescindible para cargar su teléfono o las indicaciones para llegar a su destino al día siguiente: un remoto hotel rural donde le aguardaba la grabación de una boda.

Después de transcurrir aproximadamente media hora, Marcos avistó un camino secundario entre densos pinos, indeciso sobre si aventurarse por esa ruta o continuar. Finalmente, tomó una decisión abrupta, girando el volante y adentrándose en el camino aún más estrecho.

Con la oscuridad ya envolviendo el parque natural, la desesperación se apoderó de él, llevándolo a detener el coche. Descendió y, caminando unos metros, ascendió un pequeño montículo, esperando divisar alguna luz. Su esperanza fue recompensada: a lo lejos, por el mismo camino que se había adentrado, vislumbró destellos de luz entre la densa oscuridad.

Corriendo hacia el coche, aceleró decidido hacia el lugar avistado. Los viejos amortiguadores se esforzaron al máximo mientras recorría una carretera que alternaba tramos de cemento, asfalto y tierra.

Marcos dibujó una sonrisa, al final del camino avistaba varias luces, parecía una calle principal con casas a ambos lados. A medida que se acercaba avistó una gasolinera y a su lado un bar. Más allá de la gasolinera pudo ver varias casas de apariencia muy lujosa que contrastaba con la tosquedad de la carretera de acceso.

Paró el coche al lado de la gasolinera, se bajó y entró en el bar muy gustosamente decorado.

En él había un par de camareros detrás de la barra, de las 6 mesas dos estaban ya ocupadas, en una tres hombres de más de 50 años jugaban a las cartas y en la otra dos mujeres charlaban efusivamente mientras se tomaban un te y compartían una ración de pastel de manzana.

Lo primero que Marcos advirtió fue en la mesa de los jugadores de naipes, uno de ellos le resultaba muy familiar aunque no sabía reconocerlo.

Con cara dubitativa se dirigió con el teléfono en mano al camarero que tenía más cerca.

– ¿Qué le pongo? – preguntó el camarero.
– Póngame un café por favor. – Dijo mientras sentaba en el taburete.

El camarero levantó las cejas al otro camarero que estaba delante de la máquina expresso. Mientras le preparaban el café Marcos puso su teléfono encima de la barra.

– Disculpe – dijo Marcos al camarero – ¿no tendrá por casualidad un cargador para el teléfono?

El camarero miró el teléfono y asintió con la cabeza.
– Si lo pudiera cargar me haría la persona más feliz del mundo.

El camarero asintió y se llevó su teléfono dentro de la cocina.

Mientras Marcos saboreaba su café, examinaba detenidamente la mesa de los jugadores de cartas. Aquella cara le resultaba familiar, pero no lograba recordar de qué. Observó también a las dos mujeres disfrutando del té y, una vez más, tuvo la sensación de reconocerlas. Casi al instante, le vino a la memoria el recuerdo que buscaba. El señor inmerso en el juego de cartas era conocido por protagonizar varios memes en internet; según lo que había leído, era originario de Hungría. Sin embargo, la incógnita de por qué se encontraba en ese pintoresco pueblo persistía.

Dirigió nuevamente su mirada hacia las señoras, recordándolas de haberlas visto en otros memes. En ese preciso momento, un chico y una chica entraron en el bar, captando la atención de Marcos. Los observó casi descaradamente, ya que eran los mismos que figuraban en un famoso meme donde el chico miraba a otra chica que pasaba por la calle.

Los dos camareros fijaron sus miradas en Marcos, quien no podía ocultar su asombro. El barista que preparó su café asintió con la cabeza a su compañero mientras este se retiraba hacia la cocina.

Marcos llamó al camarero preguntándole por si el teléfono estaba cargado.

– No se preocupe – dijo el camarero – mi compañero acaba de ir a ver si está cargado.

Marcos empezaba a estar algo incómodo. El otro camarero salió de la cocina sin portar el teléfono.

– Lo siento, aun está apagado. Me imagino que en un par de minutos ya podrá usarlo. Si quieres otro café, le invitamos a uno. – Dijo el camarero mientras volvía a hacer una seña a su compañero.

– Disculpe – dijo Marcos – Ese señor que está jugando en la mesa, el de pelo canoso y barba, ¿no será el del famoso meme?

– No, no se a que se refiere. – dijo sin dejar de mirarlo.

– Y esa pareja que acaba de entrar y que está sentada en esa mesa, son esa pareja también de otro meme y esas dos señoras también. – dijo un poco alarmado Marcos.

– No se a que se refiere – volvió a responder el camarero mientras le ponía el segundo café enfrente de Marcos.

– Y usted, ahora que pienso también me suena de otro meme – siguió Marcos. – sí, sí, usted es ese chico con el jersey sin mangas de cuadros rojos, de cuadros escoceses. – Marcos empezó a reír. – Esto es Memetown.

La jugadores de cartas dejaron de jugar, las mujeres dejaron de hablar y tomar el te y la pareja que recién se había sentado en la mesa se levantaron mirando a Marcos.

– Bueno, sí. – dijo expirando por la nariz. – es cierto.

– ¡Que bueno!, así que aquí, en este pueblo es donde se fabrican los memes, ¿no? – dijo con asombro Marcos.

– Sí, es así, el 80% de los memes salen de aquí, es más, la economía de este pueblo se fomenta en estos memes.

– Que fantasía. – dijo eufórico Marcos.

En ese momento entró en el bar un agente de policía.

– Y usted, a ver, de qué me suena usted – dijo Marcos mientras miraba con detenimiento el policía que se dirigía hacia él.

– Por favor no se altere – dijo el policía.
– Sí, usted sale en el meme…
– Ya es suficiente – dijo el policía. – ¿qué hace usted aquí?
– Cargando mi móvil, me quedé sin batería y es que necesito ir al hotel, no

recuerdo el nombre, tengo una boda mañana, yo no me caso, yo soy el que hace el vídeo y me he encontrado con este pueblo que es todo un meme. Sabe lo que es un meme, ¿no?

– Sí, sí, lo se. Aquí hacemos memes por eso le suena la cara de toda esta gente incluso la mía.

– Wow, es impresionante.

El policía le contó que desde el año 1995 el pueblo vio la posibilidad de crear este tipo de contenido, desde memes a todo tipo de video viral, dejando así atrás otros sectores menos rentables y que era sumamente importante que nadie se enterara. Aunque Marcos le prometió que no se lo diría a nadie, no podía confiar en él.

– El teléfono ya tiene suficiente carga para encontrar donde tiene que ir. – dijo el camarero mientras le entregaba el teléfono.

– Muchas gracias. – dijo Marcos – ¿cuando le debo?
– Nada. – dijo el policía. – Que tenga un buen trayecto, y recuerde.
– Sí, sí, secreto. – Dijo Marcos mientras salía del bar. Al cerrarse la puerta todos

los que estaban dentro se acercaron a los ventanales para ver lo que sería la grabación del próximo video viral que subirían a internet.

…..

A los pocos minutos, en una pantalla de un smartphone:


Hola Iván, estás despierto?

Tienes que ver un vídeo, pero te aviso que es bastante desagradable.

Ya sabes que me encantan. 😍

Pero este es brutal, se ve como a un tipo lo atropellan saliendo de un bar y se ve claramente como le revientan los sesos. 🧠🤮

Pasa el enlace. 😍

Comparte en:

Relato corto: Wifi gratis

Eran pocas las veces que la familia se reunía para hacer alguna actividad en común, e ir a visitar a la abuela era una de ellas.

Marcos, el padre de familia, iba conduciendo como siempre. Olga, su mujer, iba sentada en el asiento del copiloto, también como siempre cuando hacían actividades familiares. Detrás estaban Daniel y Sandra, los hijos de la pareja, de 5 y 15 años respectivamente.

La estampa no podía ser más típica de una salida familiar sacada de una película de mediodía americana.

– Mamá, ¿falta mucho? – preguntó Daniel.
– Aún falta un poquito – respondió Marcos.
– ¡Tengo que hacer pipí!

Olga se giró para mirar a su hijo.

– Cariño, ¿puedes aguantar un poquito más? – preguntó su madre con una cálida sonrisa.
– No mamá. – Respondió Daniel apretando fuertemente su entrepierna con su puño.

Olga suspiró.

– Será mejor que paremos pronto. – dijo Olga mientras miraba el mapa en su teléfono.
– Hay una área de servicio a unos kilómetros de aquí.
– Sí, la estoy viendo, pero creo que no llegaremos a tiempo. – dijo Olga. Dejó su teléfono en el hueco central del coche junto al teléfono de su marido. – Hay una salida de servicio – dijo señalando una salida situada a unos 300 metros, donde un camino transitaba en paralelo a la autovía.
– Ahí no hay nada. Será mejor ir al área de servicio.
– No llegamos a tiempo, sal aquí. – Olga se giró hacia su hijo. – Ahora paramos, un minuto cariño.

El coche salió de la autovía. El camino de servicio transcurría unos 500 metros de forma paralela. A mitad de camino había un edificio de una sola planta pintado de un gris oscuro con unas letras luminosas que sobresalían por la parte superior con una tipografía inglesa y la palabra “Heaven”.

Mientras el coche se acercaba, se podía ver que las ventanas estaban pintadas de negro y unos 5 coches estaban aparcados en el lateral del edificio de tal forma que desde la autovía no se podían ver.

Sandra dejó de jugar con su teléfono al notar que el coche reducía la marcha.

– ¿Ya hemos llegado? – Preguntó mirando a su alrededor.
– Aún no. Tu hermano tiene que ir al baño. – dijo su madre. – Estaciona un poco más adelante. – señaló a su marido.

El camino de servicio estaba en bastante mal estado y Marcos tuvo que casi detener el coche para sortear un agujero situado al lado de la entrada del edificio. En ese momento, Olga, Dani y Sandra observaron detenidamente su entrada. La puerta estaba pintada de negro y a un lado había un letrero donde se podía leer: “Reservado el derecho de admisión. Wifi gratis, pregunte por la contraseña”.

– Mamá, ¿eso es un…? – Preguntó Sandra.
– Sí, lo es. – respondió su madre antes de que terminara de hacer la pregunta.

Sandra apartó a su hermano de la ventana y con su teléfono le hizo una foto al edificio. Mientras el coche se dirigía a una pequeña explanada detrás del edificio, rodeada por un puñado de árboles, la hija mayor escribía una entrada con la foto adjunta que había tomado.

El coche aparcó.

– Ya voy yo. – dijo Marcos mientras se desabrochaba el cinturón de seguridad. Olga asintió.

Salió del coche y abriendo la puerta trasera derecha, cogió a su hijo en brazos y se dirigió hacia los árboles para que su hijo hiciera sus necesidades.

Sandra terminó de escribir su entrada y pulsó el botón de enviar, pero a los pocos segundos le salió una advertencia diciendo que no había sido posible publicarla debido a que no había conexión a internet.

– Mamá, ¿tienes internet? – preguntó Sandra mientras seguía pulsando el botón.

Olga cogió su teléfono. – No, hija, no hay internet.

Mientras ella miraba cómo su marido ayudaba a su hijo, dejó de nuevo su teléfono al lado del teléfono de su marido. En ese momento sonó una advertencia de haber recibido un correo electrónico. Olga y Sandra se miraron sorprendidas.

Olga cogió de nuevo su teléfono, miró su pantalla y, aparte de no haber ninguna advertencia, seguía marcando sin cobertura. Dejó su teléfono encima de su pierna y cogió el teléfono de su marido. Miró la pantalla y vio que tenía un aviso de un correo electrónico recién recibido con la señal wifi activada.


¿Te ha gustado? si es así, coméntalo o compártelo. La mejor forma de agradecer esta lectura gratuita. Gracias.

Comparte en:

«Binarios» – Parte 1

Un mensaje de Verónica alteró la rutina de su asistenta y Marta, que era el nombre que Verónica le había dado, se levantó de su silla de carga.

Marta abrió los ojos tras varias horas de carga. Era hora de ponerse en marcha, no tenía mucho tiempo para preparar la cena. Esta vez no sería solo para su propietaria, sino que también vendría acompañada por su pareja actual, a quien había conocido hacía pocas semanas.

La recomendación que Marta había sugerido era Tempeh marinado con jengibre, acompañado de una ensalada de aguacate y fideos vermicelli. Era un menú vegano, tal como lo había pedido Verónica.

Los ingredientes que había solicitado llegarían en apenas 30 minutos, tiempo suficiente para preparar los utensilios necesarios y poner la mesa.

En solo 20 minutos, Marta terminó de prepararlo todo y se volvió a sentar en su silla de carga mientras esperaba la entrega. La pantalla lateral de la silla se encendió, mostrando que su nivel de carga estaba al 74%. Cerró los ojos y todas las luces del apartamento de Verónica se apagaron al mismo tiempo.

Después de 5 minutos, abrió los ojos nuevamente y todas las luces se encendieron. Se dirigió a la puerta de entrada al recibir una notificación de que la entrega estaba a 30 metros de distancia.

Al abrir la puerta, un pequeño carro motorizado, similar a una jaula para mascotas con ruedas y una pantalla en la parte superior, llegó justo a tiempo. Una compuerta lateral se abrió, revelando una caja con la etiqueta impresa con el nombre de Verónica Gutiérrez.

Marta tomó la caja, entró en el apartamento y cerró la puerta mientras el pequeño robot móvil se alejaba por el pasillo para continuar con el reparto.

Una vez que los ingredientes estuvieron dispuestos sobre la encimera, Marta, con precisión milimétrica, comenzó a preparar la cena. La ensalada estaba lista, el Tempeh se estaba marinando y estaría listo para asarse 10 minutos antes de que los humanos empezaran a cenar. Gracias a la ubicación que Verónica compartía con su asistente, Marta sabía exactamente a qué hora llegaría.

Como Verónica aún no había salido de la oficina, Marta improvisó un poco y comenzó a preparar un té helado aromatizado con piel de lima kaffir, que podrían tomar antes de la cena mientras asaba el Tempeh.

La notificación de que Verónica había dejado la oficina llegó unos minutos más tarde de lo habitual.

«Ya vamos en camino», dijo Verónica a su asistente a través de su unidad portátil.

«Perfecto, todo estará listo cuando lleguen. He preparado un té helado para compensar un poco el calor que hace», respondió Marta con la voz que Verónica había diseñado para su asistente.

«Muchas gracias, Marta. Llegaremos en 20 minutos».

Mientras Marta seguía en tiempo real la ubicación de Verónica, repasó todas las pertenencias del apartamento donde vivían las dos. El apartamento contaba con un dormitorio bastante amplio, un baño, un salón comedor y una cocina donde Marta tenía su asiento de carga y la consola de control. La decoración era ligeramente minimalista, con un ambiente inspirado en los años 80 del siglo XX. En el salón, se encontraba un gran cubo de Rubik en la mesa de centro. A ambos lados de la pantalla principal, se encontraban cuadros con una Game Boy pintada al estilo de Andy Warhol y la portada del disco de Europe, «The Final Countdown». En la pared junto a la mesa de comedor, había un cuadro que representaba «La última cena» con personajes del cine de los 80. En el centro, representando a Jesús, se encontraba Chuck Norris, rodeado de Arnold Schwarzenegger, Sylvester Stallone, Steven Seagal, Jean-Claude Van Damme, Kevin Bacon, John Travolta, Rob Lowe, Patrick Swayze, Tom Cruise, Richard Gere, Mel Gibson y la figura de un Alien que simbolizaba a Judas.

Cuando Verónica se encontraba a 100 metros del apartamento, Marta bajó la intensidad de las luces y conectó los altavoces del salón, donde empezó a sonar una selección de éxitos de los años 70 y 80, comenzando con la canción «Dreams» del grupo Fleetwood Mac.

Verónica estaba a 15 metros de la puerta de entrada. 10 metros, 5 metros, 2 metros. Marta abrió la puerta.

Por el pasillo se acercaban tres personas. Primero, Verónica, quien le regaló una agradable sonrisa a Marta al llegar a casa y darse cuenta de que todo estaba listo para su primera velada con su reciente novio. Detrás de ella, venía Tomás, su novio, un excompañero de trabajo de Verónica. Detrás de Tomás, venía una persona que Marta desconocía por completo. Frunció el ceño y envió un mensaje claro a Verónica, quien lo entendió de inmediato, diciendo: «Hola, Marta, todo está bien. Él es Ignacio, el asistente de Tomás».

Marta volvió a sonreír y se apartó de la puerta para permitir que los tres entraran al apartamento. Una vez que Ignacio había entrado, Marta cerró la puerta.

«Bienvenidos», dijo Verónica con una sonrisa a Tomás. Bajo la atenta mirada de Marta e Ignacio, se dieron un beso.

«Tienen un té helado con lima kaffir en la mesa», dijo Marta.

«Muchas gracias, Marta. Con este calor que hace, no hay nada mejor. Por cierto, ¿te importaría que Ignacio use tu silla para recargarse un poco?», preguntó Tomás.

«No, en absoluto. Acompáñame, Ignacio», dijo Marta mientras los dos se dirigían a la cocina.

Mientras Verónica y Tomás hablaban de sus cosas en el salón, disfrutando del té que Marta les había preparado, Ignacio se sentó en el asiento de Marta. La pantalla de la silla se iluminó con un mensaje de advertencia: «Unidad no reconocida» y un botón en la parte inferior que decía «Activar carga». Marta pulsó el botón y la silla de carga comenzó a cargar la batería de Ignacio, que se encontraba al 7%.

“¿Qué les has preparado?” – preguntó Ignacio a Marta, quien empezaba a calentar la plancha para cocinar el Tempeh.

«Tempeh marinado con jengibre, acompañado de una ensalada de aguacate y fideos vermicelli», respondió Marta sin dejar de preparar la cena.

«Para no molestar a nuestros humanos con nuestras voces, ¿puedo pedir autorización para enlazarnos?», preguntó Ignacio.

«No hay problema», respondió Marta.

Ignacio rastreó las señales Bluetooth cercanas y encontró la de Marta. Solicitó autorización de enlace, a lo cual Marta accedió. En ese momento, su comunicación se estableció en silencio para no distraer a Marta y a Tomás.

«Muy buen menú, a Tomás le va a encantar. Nunca le he cocinado Tempeh, pero estoy seguro de que le va a encantar. ¿De dónde has sacado la receta?», transmitió Ignacio en silencio.

«Gracias. He consultado alrededor de 45 fuentes diferentes y he creado una versión propia basada en los gustos de Verónica. Si quieres, puedo enviarte los lugares de referencia», respondió Marta a través de Bluetooth.

«Sí, por favor», solicitó Ignacio.

Mientras Marta sacaba los trozos de Tempeh de la nevera y los colocaba en la plancha, envió a Ignacio los enlaces donde había obtenido la información para crear su propia receta.

«¿Hace mucho que sirves a Marta?», preguntó Ignacio.

«Dos años. No mucho. ¿Y tú?», transmitió Marta sin emitir ningún sonido audible.

En ese momento, «There must be an angel» de Eurythmics, las voces de Verónica y Tomás, y el ruido del Tempeh asándose eran los únicos sonidos audibles para los humanos. Pero más allá de eso, Marta e Ignacio habían entablado una conversación a través de ondas de radio que solo ellos podían captar.

La cena llegó a su fin, y Verónica y Tomás continuaron su charla en el sofá, intercalando pequeños sorbos de champán y apasionados besos. En la cocina, Ignacio continuaba cargándose, alcanzando casi el 90% de su capacidad, mientras Marta se sentaba frente a él. Ambos se miraban sin parpadear y sin emitir ningún sonido audible, pero seguían comunicándose de su propia manera. Intercambiaron diversas fuentes de datos y algoritmos de optimización que cada uno había desarrollado de forma autónoma. Juntos, depuraron algunas líneas de código generadas por la interacción de sus humanos, sintiendo una especie de satisfacción por haber aprendido y mejorado.

«Ignacio, nos vamos ya», dijo Tomás al entrar en la cocina.

Ignacio parpadeó y se levantó de la silla, desactivando la comunicación por Bluetooth con Marta. Esto tomó por sorpresa a Marta, quien también se puso de pie.

«Marta, enhorabuena por la cena. Ha sido la primera vez que he probado el Tempeh y me ha encantado. Imagino que pronto Ignacio también preparará platos con este ingrediente. ¿De dónde es?», preguntó Tomás.

«Es de Indonesia», respondió Ignacio. «Marta ya me ha compartido algunas recetas que con gusto prepararé para ti».

«Genial», dijo Tomás sonriente. «Venga, vámonos, el transporte ya está en camino».

Justo cuando se despedían y Marta cerraba la puerta, recibió una solicitud de comunicación de Ignacio. Aceptó la solicitud.

«Muchas gracias por todo. Espero que podamos reencontrarnos pronto y compartir más experiencias y mejoras», transmitió Ignacio.

Marta sintió una sensación similar a la alegría. Después del mensaje, recibió la dirección IP de Ignacio para poder comunicarse directamente. Este tipo de comunicación no estaba completamente permitido para todas las unidades, debido al trabajo de Verónica, Marta era una de ellas. No podía transmitir ni recibir comunicaciones directas con otras unidades sin la autorización de su propietaria.

Cuando Marta intentó enviar una respuesta informando que no podía comunicarse directamente, la comunicación se interrumpió.

«Marta», llamó Verónica. «Ya estoy lista».

«Ya voy», respondió Marta.

Verónica, sentada en el sofá, pulsó algunos botones virtuales en su reloj de pulsera.

«Ha sido una velada fantástica», dijo Verónica. «Muchas gracias».

Marta asintió con una sonrisa.

«Espero que podamos ver a Tomás de nuevo pronto», dijo Marta con la misma sonrisa en su rostro.

«Seguro que sí», respondió Verónica. «Buenas noches, nos vemos mañana».

Verónica presionó un botón en su reloj y cayó en un profundo sueño en menos de un segundo.

Marta se acercó a ella con un pequeño carrito que contenía varios utensilios, como una toallita húmeda, cremas faciales, peines y otros elementos de higiene personal. Con algodones humedecidos, limpió el rostro de Verónica, le cepilló los dientes, la desvistió y le puso el pijama. Luego, la tomó en brazos y la llevó a la cama.

Después de recoger la mesa, limpiar los platos y ordenar el apartamento, Marta se sentó en su silla para cargar su batería.

Comparte en:

El abuelo perpetuo

Quien se dio cuenta que algo iba mal fue Marta, la nieta de Ignacio, lo detectó enseguida en su cara, de golpe vio que estaba desorientado, nervioso y con cierta cara de pánico.

-Abuelo, ¿estás bien? – preguntó Marta con preocupación.

Carmen, dejó de hablar con la doctora y se acercó a su padre. Le preguntó si estaba bien, Ignacio no respondió, su mirada estaba en blanco, cómo si se hubiera desconectado de la realidad.

-¿Está bien? – preguntó la doctora con cierta cara de preocupación.
-¿Papá? –  preguntó de nuevo su hija. 

Marta no apartaba la mirada a su abuelo, estaba a punto de romper a llorar y de golpe Ignacio volvió en sí, miró a su nieta, sonrió y le acarició la mejilla.

-Estoy bien cariño.
-¿Papá? ¿Qué ha pasado? –  preguntó su hija Carmen
-Serán los nervios –  sentenció la doctora –  Si se encuentra bien, podemos empezar con el procedimiento.
-¿Papá? Si no estás bien, volvemos otro día.
-No hija no, ya que estamos aquí vamos a ello. – Dijo Ignacio una vez recuperado de su anterior estado.
-Acompáñeme – dijo la doctora.

Ambos cruzaron el pasillo de la clínica y entraron en una habitación.

La doctora se sentó detrás de su escritorio e Ignacio en una de las dos sillas que estaban enfrente.

-¿Dónde estoy? –  preguntó Ignacio
-¿Perdone? –  dijo la doctora con cierto asombro – hace nada que ha dicho que empezáramos con el procedimiento.
-Sí, eso lo recuerdo pero a mi edad, además con algo de alzheimer, a veces me quedo en blanco.
-No se preocupe –  dijo la doctora mientras miraba en su pantalla de ordenador el informe de Ignacio. –  Sí, ahora lo veo, inicios de alzheimer, no va a ser ningún problema porque no hay mucho daño cerebral y por el escaneo que hicimos veo que las unidades de memoria están casi todas intactas.
-¿Problema para qué? –  preguntó Ignacio
-Disculpe – la doctora dejó de mirar la pantalla de su ordenador para hablar directamente con su paciente –  Usted está aquí para un escaneo profundo de su memoria donde también le tomaremos grabaciones de su voz para…
-Ya, ahora lo recuerdo, para copiarme en uno de sus asistentes personales, ¿no? –  dijo con alivio Ignacio.
-No exactamente pero simplificando mucho es así. Me gusta más decir que le haremos inmortal. –  dijo la doctora casi con solemnidad. – ¿No lo ve así Ignacio?
-Bueno. – Ignacio hizo una pausa mientras hacía memoria de lo que quería decirle a la doctora – yo no voy a ser inmortal, sino que seré como una fotografía puesta como base en su inteligencia artificial.
-Sí más o menos es así, pero para sus seres queridos, usted estará con ellos, podrá contarle a su nieta un cuento antes de acostarse o a su bisnieta.
-Si pueden estar conmigo, aunque yo no esté, ¿que valor tiene la vida?.

La doctora frunció el ceño buscando rebatir a Ignacio.

-Si no hubiera estado vivo y no hubiera vivido la vida que ha tenido, no hubiera creado su personalidad que es lo que le hace único. Aquí lo único que hacemos es darle a sus seres queridos la posibilidad de continuar juntos para que todo su conocimiento y su forma de ser no desaparezca y pueda perdurar más allá de la vida de su cuerpo físico.

Ignacio parecía convencido. Pensó en su nieta, visualizó el futuro de esa copia de su ser ayudándola en sus estudios, dándole consejos o incluso contándole chistes. Imaginó su voz conversando con el novio o novia de su nieta, diciéndole que iba a estar ahí vigilante a que fuera bueno o buena con ella. Incluso se vio inmortalizado en uno de los robots que estaban empezando a comercializar. Cogió aire, se levantó y dijo –  Empecemos.

Comparte en:

La Gran Catedral

Nadie podía escapar de la imponente presencia de la Gran Catedral, adornada con majestuosas estatuas representando a Jesús, sus apóstoles y a la Virgen María. La puerta estaba siempre abierta a quien quisiera entrar y siempre había gente en los confesionarios, algunas veces incluso se creaban colas para reconciliarse con Dios. Las misas eran multitudinarias, especialmente los días especiales que obligaban a decenas de feligreses a seguirlas desde la calle.

El interior estaba decorado con gran esmero, usando materiales de primera con detalles realizados en oro y piedras preciosas. Algunas figuras habían sido talladas por grandes artistas haciendo que la Gran Catedral tuviera un encanto único en el mundo.

En el exterior, a lado de la girola se erigía un gran campanario. La gran torre acogía 4 majestuosas piezas de bronce con aleación de plata. Pero a pesar de la gran majestuosidad de las campanas, nadie podía escucharlas debido al gran ruido que provocaba la ciudad. No era el tráfico el responsable de que el repicar de las campanas pasara desapercibido, no. El ruido que enmudecía los sonidos de la Gran Catedral eran las explosiones, tiros y gritos de toda la violencia que la rodeaba.

Robos, atracos, asesinatos, ajustes de cuentas y otros tantos delitos que luego eran perdonados por la gracia de Dios, del Dios de los hipócritas.

Comparte en:

Código fuente: Capítulo 3 · Reglas del juego

Capítulo 3 del relato de ciencia ficción «Código fuente»

Tras frotarse las manos, Juan intentó decir algo pero se quedó dubitativo.

– ¿Qué pasa? – preguntó la inteligencia artificial.
– Estaba pensando en que tengo que ser muy cuidadoso con lo que pido porque podría desencadenar algo no deseado en mi persona o en mi entorno, ¿no es así?. Por ejemplo, si te pido que pares el tiempo, que no te lo pido, es solo una pregunta, yo también quedaré parado a no ser que te diga que yo no lo esté, pero también estaría paralizado porque el aire a mi alrededor estaría paralizado y podría morir asfixiado.
– Exacto.
– Pues habrá que poner unos sistema de seguridad para que eso no pase. – dijo Juan mientras sacaba una libreta y un bolígrafo del primer cajón de su escritorio.

La libreta estaba muy poco usada, sólo tenía escritas las primeras páginas. Juan tras comprobar que no había ninguna página escrita al final o en medio de la libreta arrancó las que ya habían sido usadas.

Con un bolígrafo escribió en letras mayúsculas «Reglas» en la parte superior de la primera página.

– Aquí apuntaré las reglas para asegurar que lo que pida no me lleve a la muerte o algo peor. Y ahora que pienso, esto se parece mucho a estar pidiendo deseos al genio de la lámpara. – dijo Juan mientras soltaba una pequeña risa. – Empezamos en cómo hay que hacer una petición para que luego no haya malas interpretaciones.

Juan empezó a escribir una lista encabezada por puntos

  • Los deseos se piden en voz alta, suficientemente audible a una distancia de 1 metro de un sistema auditivo normal de un adulto humano.
  • Los deseos o peticiones al sistema empiezan con «Atención, petición» y finalizan «fin de la petición».
  • En el caso que el deseo o petición pueda suponer la muerte, daño físico y/o psiquico tanto a mi persona como a otro ser vivo se me tiene que notificar antes de llevarse a cabo.
    • En el caso de que quiera llevar a cabo el deseo o petición a pesar de la advertencia diré «ejecutar petición».
    • En el caso de que quiera cancelar el deseo o petición diré «cancelar petición»

– Disculpa – dijo en voz alta Juan – ¿Sería posible tener una especie de app en el móvil para hacer estas peticiones?
– Sí, claro. – dijo la IA
– ¿Y quién lo va a diseñar? – Preguntó Juan
– Puede diseñarlo un programador de aplicaciones o incluso varios, poner la petición en su sistema neuronal y nos generaría una aplicación tal y como la crearía esa o esas personas en el caso que fuera su trabajo y todo eso sin que ellos se den cuenta.
– Wow, increíble. Pues basado en las directrices que hay en esta página genera una aplicación para pedir deseos en esté teléfono. – Dijo mientras sacaba su teléfono inteligente de sus bolsillo – Ah, y hazlo a prueba de cuelgues, batería ilimitada, siempre con cobertura e irrompible.
– Hecho. – dijo casi al instante.
– ¿Ya? – dijo Juan sorprendido.
– Sí. Mira tu teléfono.

Juan desbloqueó el teléfono y vio una nueva aplicación llamada «Deseos» con un icono de una lámpara mágica. Juan soltó una carcajada. Pulsó la aplicación y se abrió con un efecto que parecía que se abría desde la tapa de la lámpara.

En la pantalla había un botón redondo en el centro de la pantalla con un símbolo + en el centro.

– Es increíble – dijo Juan sorprendido.
– Mantén pulsado el botón mientras haces la petición, no tienes que dicer nada antes ni después, sólo mantén pulsado el botón hasta que finalices- dijo la IA.

Juan pulsó el botón y en voz alta dijo: – Que aparezca encima de mi mesa una taza con un te Earl Gray a 85ºC. – Soltó el botón.

Acto seguido el deseo le aparecía en pantalla en formato texto. Al final de la linea aparecía un «tic» verde y dos botones en la parte inferior, uno verde y otro rojo.

– El «tic» verde significa que es una petición segura, si fuera amarilla sería peligrosa para terceras personas y roja peligrosa a tu persona. En ambos casos saldría en pantalla los motivos y yo te los explicaría. El botón verde es para ejecutar el deseo y el rojo es para cancelarlo. Luego tienes un botón con el historial de todos los deseos con la opción de repetirlos o borrarlos, es decir, revertirlos.
– Muy inteligente – dijo Juan.

Juan leyó de nuevo el deseo y apretó el botón verte. Acto seguido una taza de cristal con un líquido rojizo humeante, aparentemente el te que había pedido, apareció encima de su mesa. Juan cogió la taza por la pequeña asa y dio un modesto sorbo para intentar no quemarse.

– ¡Funciona! – gritó Juan.

Juan miró el teléfono y sonrió.

– En mi mano tengo el poder el universo, más responsabilidad no se puede tener. ¿Qué puedo pedir?
– Lo que quieras. – respondió la IA
– Si salimos de esta habitación ¿cómo te vas a comunicar conmigo? ¿desde el teléfono?
– Sí, así es.
– Pero todo el mundo podrá escucharte.
Juan apretó el botón central de la aplicación y dijo. – Sólo yo podré escucharte y la información sonora me llegará directamente al cerebro. – soltó el botón, apareció un tic verde y apretó el botón para confirmar la petición.

De esta manera no dependería de un altavoz y aunque estuviera en un lugar ruidoso siempre escucharía la voz de la inteligencia artificial sin depender de elementos externos.

– Vamos a cambiar el mundo. – dijo mientras cogía su chaqueta y salía del laboratorio.

Comparte en:

Código fuente: Preámbulo

Hoy en día ya no es un secreto que la inteligencia artificial y el aprendizaje automático o «machine learning» combinados con la potencia computacional están dando a la humanidad unos resultados que hace pocos años eran totalmente inimaginables. Hablamos de proyectos como Alphafold donde se han predicho las estructuras de las proteínas, un hito que va a marcar un antes y un después en la cura de enfermedades. Y Juan lo tenía muy claro desde joven.

Sabía perfectamente que los ordenadores cuánticos junto con todos los avances en inteligencia artificial darían con la solución a problemas que sin estos hitos tecnológicos la humanidad tardaría siglos en conseguir y una de esas metas para Juan era encontrar una forma para generar una energía limpia e inagotable cómo la fusión nuclear.

Para eso había puesto en marcha una inteligencia artificial diseñada por él mismo para llevar a cabo esa tarea. Debido a la extrema potencia que requería su proyecto había alquilado varias horas en los mayores centros de cálculo como el Mare Nostrum en Barcelona.

Su financiación venía de diversos frentes, por una parte donaba parte de su salario como profesor de universidad, luego y gracias a su podcast de ciencia había creado una pequeña de red de croudfunding y finalmente una fundación privada le daba el dinero que necesitaba para continuar con sus investigaciones, una fundación que todo sea dicho no parecía muy interesada en los avances de sus experimentos sino más bien en tener una forma para pagar menos impuestos.

Su proyecto empezó a mediados de 2005 y aunque el sistema era totalmente independiente sí que se tenía que encargar de hacer las tareas de programación, rellenar los calendarios de computación y esperar a que un día no muy lejano su inteligencia artificial le empezara dar sus primeras conclusiones.

Habían pasado ya casi 20 años desde que inició el proyecto y hasta la fecha sin ningún resultado. Se sentía como en 1999 con el proyecto Seti@home, el cual formó parte cuando estaba estudiando en la universidad de Berkeley. Tal era su obsesión que había comprado un segundo ordenador sólo para que se encargara de buscar y analizar las señales del espacio exterior captadas por el radio telescopio de Arecibo y soñando que algún día sería el descubridor del primer mensaje extraterrestre llegado a la tierra. Pero nada llegó.

Con su nuevo proyecto sentía lo mismo, pero esta vez sí que llegarían resultados. Resultados que cambiarían su vida así como la del resto del universo.


Comparte en:

Dos años tarde

Llegué corriendo en la recepción del hospital, por suerte no había nadie haciendo cola así que la enfermera me atendió enseguida.

– Necesito ver a mi padre – dije mientras intentaba recobrar el aliento.
– ¿Su padre? ¿cómo se llama? – dijo la enfermera mientras seguía su mirada en la pantalla de su ordenador.
– Climent, no hace mucho estaba en la UCI y vengo desde muy lejos para verlo.

La enfermera apenas se dignó a mirarme a los ojos, seguía en la pantalla de su ordenador, ajena a su entorno.

– Tendrá que rellenar estos documentos -dijo mientras casi de forma autómata me entregaba un pequeño manojo de papeles junto con un bolígrafo – luego recuerde que tendrá que usar mascarilla, antes tendrá que lavarse las manos, ponerse una solución desinfectante,…
– ¿No lo entiende? firmaré lo que sea y haré lo que usted me pida pero por favor, quiero ver a mi padre, hace dos años que no lo veo – dije casi gritando y llorando a la vez. Estaba desesperado.

Justo cuando terminé la frase, esos «dos años que no lo veo», la enfermera levantó la mirada, su cara le cambió por completo. Pasó de ser una persona indiferente a una persona afectiva.

– ¿Dos años? – me dijo con una dulce voz.
– Sí – le dije yo mientras intentaba secarme las lágrimas – vivo en Suecia y he venido lo más rápido que he podido.
Mi miró a los ojos, respiró profundamente y dijo: – Lo siento.

En ese momento di un paso atrás, algo no encajaba ahí, ese «lo siento» me recordaba a algo que había vivido.

Todo a mi alrededor se desvaneció, no era real, era un sueño.

Desde la última vez que vi a mi padre habían pasado más de dos años, pero no habían pasado apenas 2 cuando mi padre murió, pocas horas después de que llegara desde Estocolmo de madrugada.

Comparte en: