El abuelo perpetuo

Quien se dio cuenta que algo iba mal fue Marta, la nieta de Ignacio, lo detectó enseguida en su cara, de golpe vio que estaba desorientado, nervioso y con cierta cara de pánico.

-Abuelo, ¿estás bien? – preguntó Marta con preocupación.

Carmen, dejó de hablar con la doctora y se acercó a su padre. Le preguntó si estaba bien, Ignacio no respondió, su mirada estaba en blanco, cómo si se hubiera desconectado de la realidad.

-¿Está bien? – preguntó la doctora con cierta cara de preocupación.
-¿Papá? –  preguntó de nuevo su hija. 

Marta no apartaba la mirada a su abuelo, estaba a punto de romper a llorar y de golpe Ignacio volvió en sí, miró a su nieta, sonrió y le acarició la mejilla.

-Estoy bien cariño.
-¿Papá? ¿Qué ha pasado? –  preguntó su hija Carmen
-Serán los nervios –  sentenció la doctora –  Si se encuentra bien, podemos empezar con el procedimiento.
-¿Papá? Si no estás bien, volvemos otro día.
-No hija no, ya que estamos aquí vamos a ello. – Dijo Ignacio una vez recuperado de su anterior estado.
-Acompáñeme – dijo la doctora.

Ambos cruzaron el pasillo de la clínica y entraron en una habitación.

La doctora se sentó detrás de su escritorio e Ignacio en una de las dos sillas que estaban enfrente.

-¿Dónde estoy? –  preguntó Ignacio
-¿Perdone? –  dijo la doctora con cierto asombro – hace nada que ha dicho que empezáramos con el procedimiento.
-Sí, eso lo recuerdo pero a mi edad, además con algo de alzheimer, a veces me quedo en blanco.
-No se preocupe –  dijo la doctora mientras miraba en su pantalla de ordenador el informe de Ignacio. –  Sí, ahora lo veo, inicios de alzheimer, no va a ser ningún problema porque no hay mucho daño cerebral y por el escaneo que hicimos veo que las unidades de memoria están casi todas intactas.
-¿Problema para qué? –  preguntó Ignacio
-Disculpe – la doctora dejó de mirar la pantalla de su ordenador para hablar directamente con su paciente –  Usted está aquí para un escaneo profundo de su memoria donde también le tomaremos grabaciones de su voz para…
-Ya, ahora lo recuerdo, para copiarme en uno de sus asistentes personales, ¿no? –  dijo con alivio Ignacio.
-No exactamente pero simplificando mucho es así. Me gusta más decir que le haremos inmortal. –  dijo la doctora casi con solemnidad. – ¿No lo ve así Ignacio?
-Bueno. – Ignacio hizo una pausa mientras hacía memoria de lo que quería decirle a la doctora – yo no voy a ser inmortal, sino que seré como una fotografía puesta como base en su inteligencia artificial.
-Sí más o menos es así, pero para sus seres queridos, usted estará con ellos, podrá contarle a su nieta un cuento antes de acostarse o a su bisnieta.
-Si pueden estar conmigo, aunque yo no esté, ¿que valor tiene la vida?.

La doctora frunció el ceño buscando rebatir a Ignacio.

-Si no hubiera estado vivo y no hubiera vivido la vida que ha tenido, no hubiera creado su personalidad que es lo que le hace único. Aquí lo único que hacemos es darle a sus seres queridos la posibilidad de continuar juntos para que todo su conocimiento y su forma de ser no desaparezca y pueda perdurar más allá de la vida de su cuerpo físico.

Ignacio parecía convencido. Pensó en su nieta, visualizó el futuro de esa copia de su ser ayudándola en sus estudios, dándole consejos o incluso contándole chistes. Imaginó su voz conversando con el novio o novia de su nieta, diciéndole que iba a estar ahí vigilante a que fuera bueno o buena con ella. Incluso se vio inmortalizado en uno de los robots que estaban empezando a comercializar. Cogió aire, se levantó y dijo –  Empecemos.

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La Gran Catedral

Nadie podía escapar de la imponente presencia de la Gran Catedral, adornada con majestuosas estatuas representando a Jesús, sus apóstoles y a la Virgen María. La puerta estaba siempre abierta a quien quisiera entrar y siempre había gente en los confesionarios, algunas veces incluso se creaban colas para reconciliarse con Dios. Las misas eran multitudinarias, especialmente los días especiales que obligaban a decenas de feligreses a seguirlas desde la calle.

El interior estaba decorado con gran esmero, usando materiales de primera con detalles realizados en oro y piedras preciosas. Algunas figuras habían sido talladas por grandes artistas haciendo que la Gran Catedral tuviera un encanto único en el mundo.

En el exterior, a lado de la girola se erigía un gran campanario. La gran torre acogía 4 majestuosas piezas de bronce con aleación de plata. Pero a pesar de la gran majestuosidad de las campanas, nadie podía escucharlas debido al gran ruido que provocaba la ciudad. No era el tráfico el responsable de que el repicar de las campanas pasara desapercibido, no. El ruido que enmudecía los sonidos de la Gran Catedral eran las explosiones, tiros y gritos de toda la violencia que la rodeaba.

Robos, atracos, asesinatos, ajustes de cuentas y otros tantos delitos que luego eran perdonados por la gracia de Dios, del Dios de los hipócritas.

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Código fuente: Capítulo 3 · Reglas del juego

Capítulo 3 del relato de ciencia ficción «Código fuente»

Tras frotarse las manos, Juan intentó decir algo pero se quedó dubitativo.

– ¿Qué pasa? – preguntó la inteligencia artificial.
– Estaba pensando en que tengo que ser muy cuidadoso con lo que pido porque podría desencadenar algo no deseado en mi persona o en mi entorno, ¿no es así?. Por ejemplo, si te pido que pares el tiempo, que no te lo pido, es solo una pregunta, yo también quedaré parado a no ser que te diga que yo no lo esté, pero también estaría paralizado porque el aire a mi alrededor estaría paralizado y podría morir asfixiado.
– Exacto.
– Pues habrá que poner unos sistema de seguridad para que eso no pase. – dijo Juan mientras sacaba una libreta y un bolígrafo del primer cajón de su escritorio.

La libreta estaba muy poco usada, sólo tenía escritas las primeras páginas. Juan tras comprobar que no había ninguna página escrita al final o en medio de la libreta arrancó las que ya habían sido usadas.

Con un bolígrafo escribió en letras mayúsculas «Reglas» en la parte superior de la primera página.

– Aquí apuntaré las reglas para asegurar que lo que pida no me lleve a la muerte o algo peor. Y ahora que pienso, esto se parece mucho a estar pidiendo deseos al genio de la lámpara. – dijo Juan mientras soltaba una pequeña risa. – Empezamos en cómo hay que hacer una petición para que luego no haya malas interpretaciones.

Juan empezó a escribir una lista encabezada por puntos

  • Los deseos se piden en voz alta, suficientemente audible a una distancia de 1 metro de un sistema auditivo normal de un adulto humano.
  • Los deseos o peticiones al sistema empiezan con «Atención, petición» y finalizan «fin de la petición».
  • En el caso que el deseo o petición pueda suponer la muerte, daño físico y/o psiquico tanto a mi persona como a otro ser vivo se me tiene que notificar antes de llevarse a cabo.
    • En el caso de que quiera llevar a cabo el deseo o petición a pesar de la advertencia diré «ejecutar petición».
    • En el caso de que quiera cancelar el deseo o petición diré «cancelar petición»

– Disculpa – dijo en voz alta Juan – ¿Sería posible tener una especie de app en el móvil para hacer estas peticiones?
– Sí, claro. – dijo la IA
– ¿Y quién lo va a diseñar? – Preguntó Juan
– Puede diseñarlo un programador de aplicaciones o incluso varios, poner la petición en su sistema neuronal y nos generaría una aplicación tal y como la crearía esa o esas personas en el caso que fuera su trabajo y todo eso sin que ellos se den cuenta.
– Wow, increíble. Pues basado en las directrices que hay en esta página genera una aplicación para pedir deseos en esté teléfono. – Dijo mientras sacaba su teléfono inteligente de sus bolsillo – Ah, y hazlo a prueba de cuelgues, batería ilimitada, siempre con cobertura e irrompible.
– Hecho. – dijo casi al instante.
– ¿Ya? – dijo Juan sorprendido.
– Sí. Mira tu teléfono.

Juan desbloqueó el teléfono y vio una nueva aplicación llamada «Deseos» con un icono de una lámpara mágica. Juan soltó una carcajada. Pulsó la aplicación y se abrió con un efecto que parecía que se abría desde la tapa de la lámpara.

En la pantalla había un botón redondo en el centro de la pantalla con un símbolo + en el centro.

– Es increíble – dijo Juan sorprendido.
– Mantén pulsado el botón mientras haces la petición, no tienes que dicer nada antes ni después, sólo mantén pulsado el botón hasta que finalices- dijo la IA.

Juan pulsó el botón y en voz alta dijo: – Que aparezca encima de mi mesa una taza con un te Earl Gray a 85ºC. – Soltó el botón.

Acto seguido el deseo le aparecía en pantalla en formato texto. Al final de la linea aparecía un «tic» verde y dos botones en la parte inferior, uno verde y otro rojo.

– El «tic» verde significa que es una petición segura, si fuera amarilla sería peligrosa para terceras personas y roja peligrosa a tu persona. En ambos casos saldría en pantalla los motivos y yo te los explicaría. El botón verde es para ejecutar el deseo y el rojo es para cancelarlo. Luego tienes un botón con el historial de todos los deseos con la opción de repetirlos o borrarlos, es decir, revertirlos.
– Muy inteligente – dijo Juan.

Juan leyó de nuevo el deseo y apretó el botón verte. Acto seguido una taza de cristal con un líquido rojizo humeante, aparentemente el te que había pedido, apareció encima de su mesa. Juan cogió la taza por la pequeña asa y dio un modesto sorbo para intentar no quemarse.

– ¡Funciona! – gritó Juan.

Juan miró el teléfono y sonrió.

– En mi mano tengo el poder el universo, más responsabilidad no se puede tener. ¿Qué puedo pedir?
– Lo que quieras. – respondió la IA
– Si salimos de esta habitación ¿cómo te vas a comunicar conmigo? ¿desde el teléfono?
– Sí, así es.
– Pero todo el mundo podrá escucharte.
Juan apretó el botón central de la aplicación y dijo. – Sólo yo podré escucharte y la información sonora me llegará directamente al cerebro. – soltó el botón, apareció un tic verde y apretó el botón para confirmar la petición.

De esta manera no dependería de un altavoz y aunque estuviera en un lugar ruidoso siempre escucharía la voz de la inteligencia artificial sin depender de elementos externos.

– Vamos a cambiar el mundo. – dijo mientras cogía su chaqueta y salía del laboratorio.

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Código fuente: Preámbulo

Hoy en día ya no es un secreto que la inteligencia artificial y el aprendizaje automático o «machine learning» combinados con la potencia computacional están dando a la humanidad unos resultados que hace pocos años eran totalmente inimaginables. Hablamos de proyectos como Alphafold donde se han predicho las estructuras de las proteínas, un hito que va a marcar un antes y un después en la cura de enfermedades. Y Juan lo tenía muy claro desde joven.

Sabía perfectamente que los ordenadores cuánticos junto con todos los avances en inteligencia artificial darían con la solución a problemas que sin estos hitos tecnológicos la humanidad tardaría siglos en conseguir y una de esas metas para Juan era encontrar una forma para generar una energía limpia e inagotable cómo la fusión nuclear.

Para eso había puesto en marcha una inteligencia artificial diseñada por él mismo para llevar a cabo esa tarea. Debido a la extrema potencia que requería su proyecto había alquilado varias horas en los mayores centros de cálculo como el Mare Nostrum en Barcelona.

Su financiación venía de diversos frentes, por una parte donaba parte de su salario como profesor de universidad, luego y gracias a su podcast de ciencia había creado una pequeña de red de croudfunding y finalmente una fundación privada le daba el dinero que necesitaba para continuar con sus investigaciones, una fundación que todo sea dicho no parecía muy interesada en los avances de sus experimentos sino más bien en tener una forma para pagar menos impuestos.

Su proyecto empezó a mediados de 2005 y aunque el sistema era totalmente independiente sí que se tenía que encargar de hacer las tareas de programación, rellenar los calendarios de computación y esperar a que un día no muy lejano su inteligencia artificial le empezara dar sus primeras conclusiones.

Habían pasado ya casi 20 años desde que inició el proyecto y hasta la fecha sin ningún resultado. Se sentía como en 1999 con el proyecto Seti@home, el cual formó parte cuando estaba estudiando en la universidad de Berkeley. Tal era su obsesión que había comprado un segundo ordenador sólo para que se encargara de buscar y analizar las señales del espacio exterior captadas por el radio telescopio de Arecibo y soñando que algún día sería el descubridor del primer mensaje extraterrestre llegado a la tierra. Pero nada llegó.

Con su nuevo proyecto sentía lo mismo, pero esta vez sí que llegarían resultados. Resultados que cambiarían su vida así como la del resto del universo.


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Dos años tarde

Llegué corriendo en la recepción del hospital, por suerte no había nadie haciendo cola así que la enfermera me atendió enseguida.

– Necesito ver a mi padre – dije mientras intentaba recobrar el aliento.
– ¿Su padre? ¿cómo se llama? – dijo la enfermera mientras seguía su mirada en la pantalla de su ordenador.
– Climent, no hace mucho estaba en la UCI y vengo desde muy lejos para verlo.

La enfermera apenas se dignó a mirarme a los ojos, seguía en la pantalla de su ordenador, ajena a su entorno.

– Tendrá que rellenar estos documentos -dijo mientras casi de forma autómata me entregaba un pequeño manojo de papeles junto con un bolígrafo – luego recuerde que tendrá que usar mascarilla, antes tendrá que lavarse las manos, ponerse una solución desinfectante,…
– ¿No lo entiende? firmaré lo que sea y haré lo que usted me pida pero por favor, quiero ver a mi padre, hace dos años que no lo veo – dije casi gritando y llorando a la vez. Estaba desesperado.

Justo cuando terminé la frase, esos «dos años que no lo veo», la enfermera levantó la mirada, su cara le cambió por completo. Pasó de ser una persona indiferente a una persona afectiva.

– ¿Dos años? – me dijo con una dulce voz.
– Sí – le dije yo mientras intentaba secarme las lágrimas – vivo en Suecia y he venido lo más rápido que he podido.
Mi miró a los ojos, respiró profundamente y dijo: – Lo siento.

En ese momento di un paso atrás, algo no encajaba ahí, ese «lo siento» me recordaba a algo que había vivido.

Todo a mi alrededor se desvaneció, no era real, era un sueño.

Desde la última vez que vi a mi padre habían pasado más de dos años, pero no habían pasado apenas 2 cuando mi padre murió, pocas horas después de que llegara desde Estocolmo de madrugada.

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Aroy Mak! el libro definitivo de gastronomía tailandesa

Tengo el honor de presentaros un libro que hace pocos días autopubliqué junto con mi marido tailandés Ruksapanin Buabna (también conocido como Chat).

El libro aunque está redactado por un servidor cuenta con la experiencia y conocimiento de Chat en la cultura y gastronomía de Tailandia.

El libro está a día de hoy en estas plataformas:

AMAZON:

Kindle (digital) / Tapa blanda: https://www.amazon.es/dp/B0BK2B5MFN
Tapa dura: https://www.amazon.es/dp/B0BK6J2X5R

Apple Books:

Digital: https://books.apple.com/es/book/aroy-mak-cocina-aut%C3%A9ntica-thai/id6443784101

Y ahora que se acercan las navidades, puede ser un buen regalo!.

Si lo has comprado ya te doy las gracias y si lo vas a hacer, tambien!

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Relato corto: «Lentillas»

Fue cruzar la puerta y sentirse aliviado, respirar tranquilo de miradas insidiosas, de insultos e incluso de tener que correr por miedo a ser agredido.

– Marcos, sí que has llegado temprano, ¿no era tu día de toros? – dijo Óscar sentado en una butaca mientras se estaba tomando un té.

– Perdona, siento no haberte avisado antes pero he tenido la suerte de librarme de ellos. – dijo mientras colgaba su abrigo en una de las perchas vacías que colgaba de un largo perchero lleno de abrigos de todo tipo, forma y color. – dame un minuto que voy a quitarme las lentillas.

– Ya me dirás cómo te has librado pero tranquilo, no hay prisa – dijo Óscar mientras sacaba cómo cada miércoles un tablero de ajedrez de la estantería que tenía a su lado.

A pesar de estar en un lugar seguro, ver el baño vacío le tranquilizó para así poderse quitar esas molestas lentillas de color castaño oscuro.

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Relato: Karma

Hace unos días tuve una de las conversaciones más surrealistas que he tenido y me encantaría compartirla con todos vosotros y vosotras.

Todo empezó hace unas semanas cuando publiqué un tweet sobre el karma y cómo algunos tienen lo que se merecen y otros, aunque se lo merezcan, tienen mucha suerte esquivando a la justicia de la vida. A los pocos minutos recibí un mensaje privado de alguien que quería contactar conmigo porque quería contarme algo muy importante. En un principio no le presté mucha atención y no le respondí, no debía de haberlo hecho, porque justo cuando cerré la tapa del ordenador ignorando su petición, la taza de café de derramó encima del portátil. Al salir de casa tropecé y al caer por las escaleras me rompí una pierna. En ese momento a parte de notar el hueso roto, noté que algo vibraba en mi pantalón, era una notificación de Twitter, tenía un mensaje privado.

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