La Evolución del Viajar en Avión: Nostalgia y Realidad en 2024

Cuando uno va cumpliendo años y acumulando experiencias y recuerdos, es natural experimentar momentos nostálgicos que nos evocan tiempos pasados, algunos mejores, otros peores. Sin necesidad de ponerlos en una balanza entre lo bueno y lo malo, podríamos decir que los tiempos pasados eran simplemente diferentes. Una de estas diferencias, que voy a relatar, tiene mucho que ver con el viaje que estoy haciendo a San Francisco: el placer de viajar en avión.

Mi primer recuerdo en un avión fue a los 14 o 15 años, en un vuelo familiar de Barcelona a Mallorca. Lo que más me impactó de esa experiencia fue el atronador ruido de los motores; no podía imaginar que los aviones fueran tan ruidosos. Esto ocurrió en 1986 o 1987, y aunque de ese viaje recuerdo poco más que el ruido, marcó mi iniciación en el mundo de los viajes aéreos. Poco después, a los 16 años, tuve la suerte de viajar a Japón, acompañado de adultos pero no de mis padres. ¿Quién, a esa edad, tiene la suerte de viajar al Lejano Oriente con todo pagado? Ese viaje, así como otros posteriores a Phoenix, Arizona en 1992, y varios a Nueva York y Dallas en los años 90, dejaron recuerdos imborrables.

Qué tiempos aquellos, antes del 11 de septiembre, cuando los controles en los aeropuertos eran mucho más sencillos. La comida decente estaba incluida en el precio, y podías elegir entre dos platos servidos con cubiertos de acero con el logotipo de la compañía grabado. Además, había una casi barra libre de cacahuetes y bebidas. El entretenimiento consistía en una pantalla central que proyectaba películas, muchas de ellas estrenos recientes, y monitores colgando del techo cada dos o tres filas. El sonido se transmitía primero a través de unos auriculares que eran básicamente dos tubos conectados a pequeños orificios, y más adelante mediante un conector mini jack doble, aunque a veces era frustrante no poder usar tus propios auriculares sin un adaptador especial.

El duty free también era una experiencia diferente, con auténticas gangas disponibles en una revista que ofrecía artículos interesantes, reportajes, entrevistas y mapas con las rutas de la compañía. Había zonas de fumadores y no fumadores, y la educación de los pasajeros al entrar y salir del avión era notable; la gente esperaba sentada hasta que era su turno para levantarse. ¡Qué tiempos aquellos!

Y aquí estamos en 2024, donde los controles de seguridad son exhaustivos hasta el punto de incluir radiografías. Ahora te cobran por todo: la maleta de cabina, la facturada, y debes conocer las condiciones del servicio para evitar sorpresas desagradables. Incluso para mejorar tu asiento a clase business debes pujar, ya que las plazas son limitadas y se adjudican al mejor postor. La comida, si no la pagas en un vuelo de corta distancia, es mediocre en los vuelos largos, aunque puedes optar por una mejor, pagando un extra considerable.

En cuanto al entretenimiento, hemos avanzado con pantallas táctiles individuales que ofrecen películas, series, música, juegos y acceso a internet, aunque con un costo adicional. Afortunadamente, muchas compañías ya permiten conectar tus propios auriculares con supresión de ruido, lo cual es un gran avance.

Sin embargo, hemos retrocedido en educación y cortesía. Al desembarcar, la gente se amontona en los pasillos, desesperada por salir, sin importar que unos minutos más no hacen gran diferencia tras un vuelo de 12 horas. Luego, deben esperar y esperar a que sus maletas aparezcan en la cinta transportadora.

Hemos ganado en seguridad y entretenimiento, pero en otros aspectos hemos empeorado, impulsados por la avaricia y el individualismo.

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