Vergüenza ajena

Desde que vivo en Suecia, a partir de principios de 2010, me he dado cuenta de que muchas de las noticias que ocurren en España no trascienden más allá de sus fronteras. He observado que eventos como los desvaríos del miembro de la familia real no han recibido mucha atención, y el «procés» fue abordado de manera relativamente moderada. Sin embargo, lo que parece estar captando la atención no pasa desapercibido: el asunto de la selección femenina de fútbol y la controversia en torno a Rubiales. Incluso entre mis colegas de trabajo aquí, el tema es ampliamente conocido, y el veredicto es unánime: debe presentar su dimisión. Con cada día que pasa, la indignación se intensifica, lo cual representa un duro golpe para la reputación de España.

Pero el machismo en España no se limita al mundo del fútbol; más bien permea gran parte de las organizaciones, empresas y entidades oficiales. En ocasiones, el racismo y la homofobia también emergen en toda su crudeza, y esto no es algo exclusivo de personas mayores, sino que también es evidente en la generación joven y educada. El machismo no es solo una característica generacional, sino que sigue arraigado en la cultura a todos los niveles.

Numerosas amistades han compartido experiencias de tratos denigrantes en el ámbito laboral debido a su género. No obstante, las problemáticas no se detienen ahí. En mi caso, fui objeto de burla en mi trabajo anterior en España debido a mi orientación sexual, y mi queja al respecto resultó en mi despido. Tras este incidente, decidí abandonar el país. No he sido el único en migrar de España por razones similares; tengo varias amistades que han enfrentado la homofobia, el machismo, la xenofobia o el racismo en carne propia. Cuando les pregunto si desean compartir sus experiencias, su respuesta es unánime: «no vale la pena». Han optado por resignarse, ya que sus quejas siempre han sido contestadas con la misma respuesta: «si te encuentras tan bien en tu nuevo país, quédate allí». En lugar de introspección y esfuerzos para construir una sociedad más equitativa para todos, esta respuesta prevalece.

Todo esto me recuerda a un programa de televisión en el cual periodistas viajaban por el mundo para entrevistar a españoles. En uno de los programas, entrevistaron a un español establecido en Suecia que trabajaba como político en el ayuntamiento de Estocolmo. En el primer programa, mostraba una actitud colaborativa y amigable. Sin embargo, tras unos años, se repitió el destino y se intentó entrevistar a las mismas personas que habían participado en el programa anterior. En esta ocasión, el señor atendió a los presentadores en la calle y expresó que no deseaba tener nada que ver con España. Argumentó que no estaba obligado a rendir explicaciones ante un público que percibía como ajeno a su realidad.

Al observar noticias sobre machismo, homofobia, racismo, corrupción, entre otros problemas, aquellos de nosotros que vivimos fuera de España perdemos la motivación para sentirnos orgullosos de nuestra tierra natal.

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