«El organista improvisado»

– Papá, papá, ¿por qué no nos cuentas cómo empezó todo? – Dijo Mary Anne a su padre mientras peinaba una muñeca de plástico a la que le faltaba la pierna derecha y el brazo izquierdo.
– Pero hija mía, si ya te habré contado esta historia miles de veces – protestó Jonas, su padre, mientras leía un libro sentado en un viejo y destartalado sofá.
– ¡Pero papá!
– Pero si sabes la historia mejor que nadie, ¿qué sentido tiene? – insistió.
– Es que si no lo cuentas, este relato va a terminar aquí. – Dijo suplicando con el tono de voz con el que sonsacaba a su padre todos sus caprichos.
– Bueno, cierto es.

Jonas dejó el libro en la improvisada mesilla hecha con un bidón de gasolina y miró a su hija con ojos tiernos.

– Todo empezó no hace mucho, tu papá trabajaba de fontanero, pero no era un fontanero común sino que trabajaba en grandes edificios, con mucha gente viviendo y trabajando en ellos. Una vez me pidieron hacer una instalación muy lejos de aquí, en un lugar dentro de una montaña. Había mucha gente ahí, todos andaban muy atareados y tu papá también.
– ¿Y cómo llegaste ahí papa?
– Me llevaron en helicóptero porque me necesitaban muy urgentemente. Además me hicieron firmar un papel donde no podía contar lo que estoy contando ahora. Era algo muy importante y muy secreto.
– Sigue papá, sigue. – dijo emocionada Mary Anne
– Ahí estaba tu papá instalando los retretes. ¿Te acuerdas cariño lo que eran los retretes?
– Sí papá, te podías sentar, eran cómodos, no cómo ahora. Cómo los añoro – dijo suspirando
– Lo siento hijita mía, algún día. – Dijo mientras acariciaba el pelo largo sin peinar y grasiento de su hija.
– Sigue papá, sigue. ¿Y qué pasó?
– Mientras tu papá estaba apretando unas cañerías, de golpe se escucharon muchos gritos, todos estaban muy alterados, algo estaba pasando afuera, así que tu papá salió de los servicios y vio como varias luces sobrevolaban por encima nuestro.
– ¿Qué eran papá?
– ¡Alienígenas! – gritó intentando asustar a su hija. – esas luces empezaron a bailar por encima de la montaña, emitiendo sonidos, parecían melodías.
– ¿Y qué hiciste papá?
– Esas luces te atrapaban y empecé a caminar hacia el centro de la explanada que habían hecho en medio de la montaña. De golpe un señor que por su acento creo que era francés, me agarró y me preguntó si era el organista y claro, con la emoción dije que sí.
– Pero papá, tú nunca has tocado un instrumento.
– Es verdad hija, pero ¿qué iba a decir sino? No sabía lo que hacía. Así que ese señor me puso delante de un órgano y me dijo que tocara lo mismo que tocaban esas luces. Y empecé a tocar lo primero que me vino. Después de tocar la primeras notas esas luces parecían que me respondían, así que me fui animando y empecé a tocar más y más y esas luces parecían que les gustaba, bailando por encima nuestro. El señor francés me miraba con una gran sonrisa, me agarró del brazo y me dijo “sigue así”. Cuando llevaba apenas un minuto tocando esas teclas y sin saber lo que hacía apareció el organista, el músico. Me preguntó que hacía ahí y le dije que el señor francés me había puesto. Se enfadó mucho y se fue a hablar con él. Yo mientras tocaba los miraba, seguro que me iban a echar y luego pasó todo. El músico y el francés vinieron corriendo gritando que dejara de tocar pero con el estruendo de las luces yo no los escuché y seguí tocando hasta que me apartaron del órgano de un empujón, pero ya era demasiado tarde. Tu papá estando en el suelo miró al cielo y vio que esas luces parecían enfurecidas, seguramente algo fue mal mientras tocaba, toqué una música que no les gustó y es cuando empezaron a soltar rayos a toda la gente que ahí estaba. Tu papá se fue corriendo como pudo mientras la gente a su alrededor desaparecía al ser tocados por la luz que arrojaban esas naves alienígenas. Qué suerte tuvo tu papá, fue de los pocos que pudo salir de la montaña con vida, cómo pude cogí una furgoneta y regresé a casa mientras esas luces provenientes del espacio iban asolando todo lo que se encontraban. Y aquí estamos hija mía, viviendo a cinco metros bajo tierra, en este bunker que tu abuelo construyó por si nos atacaban los rusos.

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