Protologic music: Playing at home

I crafted this melody during a time when the world found solace within the confines of home due to the challenges posed by COVID. In those moments, families, especially those with little ones, discovered creative ways to stay entertained, fostering a spirit of togetherness that endured through adversity.

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Protologic music: Swedish Lake

This musical piece beautifully captures the essence of relishing the Swedish lakes during the summer. Infused with a delightful house rhythm, it carries subtle notes reminiscent of the charming Swedish Schlager genre.

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Protologic music: Silk road

Silk Road is a song that celebrates the cultural diversity of the ancient Silk Road. The song is a mix of traditional Chinese, Arabic, and Indian music, and it features instruments from each of these cultures.

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Protologic music: Run, zombies are coming!

Run, Zombies are Coming is a song about a desperate escape from a zombie apocalypse. The song begins with the singer running through a dark and deserted city. They are being chased by a horde of zombies, and they know that they have to keep moving if they want to survive.

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Protologic music: A dream for a child

«A Dream for a Child» is a song about the imagination of children. The song celebrates the endless possibilities of a child’s mind and how those possibilities can help shape the world. The song also acknowledges that we all were children once, and we should never lose our sense of wonder, imagination, or hope.

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Protologic music: Apollo XI

Apollo XI is an electronic composition inspired by the Apollo 11 space mission. The song begins with a slow, atmospheric introduction that evokes the feeling of being in space. As the song develops, the original sounds of the Apollo 11 mission are incorporated into the mix, creating a sense of realism and excitement.

The song is a tribute to the pioneers of the space race, who made this historic milestone possible. The original sounds of the Apollo 11 mission serve as a reminder of the challenges and achievement of this mission.

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Relato corto: Memetown

Pocas veces el destino de una persona se debe a un cable pero esta vez fue así, un viejo y gastado cable dejó de cargar un teléfono dejando a Marcos perdido en el parque natural de Izki.

– ¡Jo-der! – gritó mientras cerraba el portón trasero de su coche parado en medio de la estrecha carretera comarcal. Entró en el coche y mirando su inerte teléfono móvil volvió a maldecir.

– Bueno Marcos, intentemos buscar civilización. – dijo más calmado mientras ponía en marcha el coche.

El viejo Volvo que había heredado de su padre arrancó adentrándose en la densidad del bosque que empezaba a teñirse con los característicos colores del otoño.

La penumbra se apoderaba del entorno, sumiendo a Marcos en una creciente desesperación. Sin avistar ni un pueblo, ni una gasolinera, su búsqueda de algún rastro de civilización se volvía más urgente. Necesitaba desesperadamente encontrar a alguien que tuviera el cable imprescindible para cargar su teléfono o las indicaciones para llegar a su destino al día siguiente: un remoto hotel rural donde le aguardaba la grabación de una boda.

Después de transcurrir aproximadamente media hora, Marcos avistó un camino secundario entre densos pinos, indeciso sobre si aventurarse por esa ruta o continuar. Finalmente, tomó una decisión abrupta, girando el volante y adentrándose en el camino aún más estrecho.

Con la oscuridad ya envolviendo el parque natural, la desesperación se apoderó de él, llevándolo a detener el coche. Descendió y, caminando unos metros, ascendió un pequeño montículo, esperando divisar alguna luz. Su esperanza fue recompensada: a lo lejos, por el mismo camino que se había adentrado, vislumbró destellos de luz entre la densa oscuridad.

Corriendo hacia el coche, aceleró decidido hacia el lugar avistado. Los viejos amortiguadores se esforzaron al máximo mientras recorría una carretera que alternaba tramos de cemento, asfalto y tierra.

Marcos dibujó una sonrisa, al final del camino avistaba varias luces, parecía una calle principal con casas a ambos lados. A medida que se acercaba avistó una gasolinera y a su lado un bar. Más allá de la gasolinera pudo ver varias casas de apariencia muy lujosa que contrastaba con la tosquedad de la carretera de acceso.

Paró el coche al lado de la gasolinera, se bajó y entró en el bar muy gustosamente decorado.

En él había un par de camareros detrás de la barra, de las 6 mesas dos estaban ya ocupadas, en una tres hombres de más de 50 años jugaban a las cartas y en la otra dos mujeres charlaban efusivamente mientras se tomaban un te y compartían una ración de pastel de manzana.

Lo primero que Marcos advirtió fue en la mesa de los jugadores de naipes, uno de ellos le resultaba muy familiar aunque no sabía reconocerlo.

Con cara dubitativa se dirigió con el teléfono en mano al camarero que tenía más cerca.

– ¿Qué le pongo? – preguntó el camarero.
– Póngame un café por favor. – Dijo mientras sentaba en el taburete.

El camarero levantó las cejas al otro camarero que estaba delante de la máquina expresso. Mientras le preparaban el café Marcos puso su teléfono encima de la barra.

– Disculpe – dijo Marcos al camarero – ¿no tendrá por casualidad un cargador para el teléfono?

El camarero miró el teléfono y asintió con la cabeza.
– Si lo pudiera cargar me haría la persona más feliz del mundo.

El camarero asintió y se llevó su teléfono dentro de la cocina.

Mientras Marcos saboreaba su café, examinaba detenidamente la mesa de los jugadores de cartas. Aquella cara le resultaba familiar, pero no lograba recordar de qué. Observó también a las dos mujeres disfrutando del té y, una vez más, tuvo la sensación de reconocerlas. Casi al instante, le vino a la memoria el recuerdo que buscaba. El señor inmerso en el juego de cartas era conocido por protagonizar varios memes en internet; según lo que había leído, era originario de Hungría. Sin embargo, la incógnita de por qué se encontraba en ese pintoresco pueblo persistía.

Dirigió nuevamente su mirada hacia las señoras, recordándolas de haberlas visto en otros memes. En ese preciso momento, un chico y una chica entraron en el bar, captando la atención de Marcos. Los observó casi descaradamente, ya que eran los mismos que figuraban en un famoso meme donde el chico miraba a otra chica que pasaba por la calle.

Los dos camareros fijaron sus miradas en Marcos, quien no podía ocultar su asombro. El barista que preparó su café asintió con la cabeza a su compañero mientras este se retiraba hacia la cocina.

Marcos llamó al camarero preguntándole por si el teléfono estaba cargado.

– No se preocupe – dijo el camarero – mi compañero acaba de ir a ver si está cargado.

Marcos empezaba a estar algo incómodo. El otro camarero salió de la cocina sin portar el teléfono.

– Lo siento, aun está apagado. Me imagino que en un par de minutos ya podrá usarlo. Si quieres otro café, le invitamos a uno. – Dijo el camarero mientras volvía a hacer una seña a su compañero.

– Disculpe – dijo Marcos – Ese señor que está jugando en la mesa, el de pelo canoso y barba, ¿no será el del famoso meme?

– No, no se a que se refiere. – dijo sin dejar de mirarlo.

– Y esa pareja que acaba de entrar y que está sentada en esa mesa, son esa pareja también de otro meme y esas dos señoras también. – dijo un poco alarmado Marcos.

– No se a que se refiere – volvió a responder el camarero mientras le ponía el segundo café enfrente de Marcos.

– Y usted, ahora que pienso también me suena de otro meme – siguió Marcos. – sí, sí, usted es ese chico con el jersey sin mangas de cuadros rojos, de cuadros escoceses. – Marcos empezó a reír. – Esto es Memetown.

La jugadores de cartas dejaron de jugar, las mujeres dejaron de hablar y tomar el te y la pareja que recién se había sentado en la mesa se levantaron mirando a Marcos.

– Bueno, sí. – dijo expirando por la nariz. – es cierto.

– ¡Que bueno!, así que aquí, en este pueblo es donde se fabrican los memes, ¿no? – dijo con asombro Marcos.

– Sí, es así, el 80% de los memes salen de aquí, es más, la economía de este pueblo se fomenta en estos memes.

– Que fantasía. – dijo eufórico Marcos.

En ese momento entró en el bar un agente de policía.

– Y usted, a ver, de qué me suena usted – dijo Marcos mientras miraba con detenimiento el policía que se dirigía hacia él.

– Por favor no se altere – dijo el policía.
– Sí, usted sale en el meme…
– Ya es suficiente – dijo el policía. – ¿qué hace usted aquí?
– Cargando mi móvil, me quedé sin batería y es que necesito ir al hotel, no

recuerdo el nombre, tengo una boda mañana, yo no me caso, yo soy el que hace el vídeo y me he encontrado con este pueblo que es todo un meme. Sabe lo que es un meme, ¿no?

– Sí, sí, lo se. Aquí hacemos memes por eso le suena la cara de toda esta gente incluso la mía.

– Wow, es impresionante.

El policía le contó que desde el año 1995 el pueblo vio la posibilidad de crear este tipo de contenido, desde memes a todo tipo de video viral, dejando así atrás otros sectores menos rentables y que era sumamente importante que nadie se enterara. Aunque Marcos le prometió que no se lo diría a nadie, no podía confiar en él.

– El teléfono ya tiene suficiente carga para encontrar donde tiene que ir. – dijo el camarero mientras le entregaba el teléfono.

– Muchas gracias. – dijo Marcos – ¿cuando le debo?
– Nada. – dijo el policía. – Que tenga un buen trayecto, y recuerde.
– Sí, sí, secreto. – Dijo Marcos mientras salía del bar. Al cerrarse la puerta todos

los que estaban dentro se acercaron a los ventanales para ver lo que sería la grabación del próximo video viral que subirían a internet.

…..

A los pocos minutos, en una pantalla de un smartphone:


Hola Iván, estás despierto?

Tienes que ver un vídeo, pero te aviso que es bastante desagradable.

Ya sabes que me encantan. 😍

Pero este es brutal, se ve como a un tipo lo atropellan saliendo de un bar y se ve claramente como le revientan los sesos. 🧠🤮

Pasa el enlace. 😍

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Relato corto: Wifi gratis

Eran pocas las veces que la familia se reunía para hacer alguna actividad en común, e ir a visitar a la abuela era una de ellas.

Marcos, el padre de familia, iba conduciendo como siempre. Olga, su mujer, iba sentada en el asiento del copiloto, también como siempre cuando hacían actividades familiares. Detrás estaban Daniel y Sandra, los hijos de la pareja, de 5 y 15 años respectivamente.

La estampa no podía ser más típica de una salida familiar sacada de una película de mediodía americana.

– Mamá, ¿falta mucho? – preguntó Daniel.
– Aún falta un poquito – respondió Marcos.
– ¡Tengo que hacer pipí!

Olga se giró para mirar a su hijo.

– Cariño, ¿puedes aguantar un poquito más? – preguntó su madre con una cálida sonrisa.
– No mamá. – Respondió Daniel apretando fuertemente su entrepierna con su puño.

Olga suspiró.

– Será mejor que paremos pronto. – dijo Olga mientras miraba el mapa en su teléfono.
– Hay una área de servicio a unos kilómetros de aquí.
– Sí, la estoy viendo, pero creo que no llegaremos a tiempo. – dijo Olga. Dejó su teléfono en el hueco central del coche junto al teléfono de su marido. – Hay una salida de servicio – dijo señalando una salida situada a unos 300 metros, donde un camino transitaba en paralelo a la autovía.
– Ahí no hay nada. Será mejor ir al área de servicio.
– No llegamos a tiempo, sal aquí. – Olga se giró hacia su hijo. – Ahora paramos, un minuto cariño.

El coche salió de la autovía. El camino de servicio transcurría unos 500 metros de forma paralela. A mitad de camino había un edificio de una sola planta pintado de un gris oscuro con unas letras luminosas que sobresalían por la parte superior con una tipografía inglesa y la palabra “Heaven”.

Mientras el coche se acercaba, se podía ver que las ventanas estaban pintadas de negro y unos 5 coches estaban aparcados en el lateral del edificio de tal forma que desde la autovía no se podían ver.

Sandra dejó de jugar con su teléfono al notar que el coche reducía la marcha.

– ¿Ya hemos llegado? – Preguntó mirando a su alrededor.
– Aún no. Tu hermano tiene que ir al baño. – dijo su madre. – Estaciona un poco más adelante. – señaló a su marido.

El camino de servicio estaba en bastante mal estado y Marcos tuvo que casi detener el coche para sortear un agujero situado al lado de la entrada del edificio. En ese momento, Olga, Dani y Sandra observaron detenidamente su entrada. La puerta estaba pintada de negro y a un lado había un letrero donde se podía leer: “Reservado el derecho de admisión. Wifi gratis, pregunte por la contraseña”.

– Mamá, ¿eso es un…? – Preguntó Sandra.
– Sí, lo es. – respondió su madre antes de que terminara de hacer la pregunta.

Sandra apartó a su hermano de la ventana y con su teléfono le hizo una foto al edificio. Mientras el coche se dirigía a una pequeña explanada detrás del edificio, rodeada por un puñado de árboles, la hija mayor escribía una entrada con la foto adjunta que había tomado.

El coche aparcó.

– Ya voy yo. – dijo Marcos mientras se desabrochaba el cinturón de seguridad. Olga asintió.

Salió del coche y abriendo la puerta trasera derecha, cogió a su hijo en brazos y se dirigió hacia los árboles para que su hijo hiciera sus necesidades.

Sandra terminó de escribir su entrada y pulsó el botón de enviar, pero a los pocos segundos le salió una advertencia diciendo que no había sido posible publicarla debido a que no había conexión a internet.

– Mamá, ¿tienes internet? – preguntó Sandra mientras seguía pulsando el botón.

Olga cogió su teléfono. – No, hija, no hay internet.

Mientras ella miraba cómo su marido ayudaba a su hijo, dejó de nuevo su teléfono al lado del teléfono de su marido. En ese momento sonó una advertencia de haber recibido un correo electrónico. Olga y Sandra se miraron sorprendidas.

Olga cogió de nuevo su teléfono, miró su pantalla y, aparte de no haber ninguna advertencia, seguía marcando sin cobertura. Dejó su teléfono encima de su pierna y cogió el teléfono de su marido. Miró la pantalla y vio que tenía un aviso de un correo electrónico recién recibido con la señal wifi activada.


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«Binarios» – Parte 1

Un mensaje de Verónica alteró la rutina de su asistenta y Marta, que era el nombre que Verónica le había dado, se levantó de su silla de carga.

Marta abrió los ojos tras varias horas de carga. Era hora de ponerse en marcha, no tenía mucho tiempo para preparar la cena. Esta vez no sería solo para su propietaria, sino que también vendría acompañada por su pareja actual, a quien había conocido hacía pocas semanas.

La recomendación que Marta había sugerido era Tempeh marinado con jengibre, acompañado de una ensalada de aguacate y fideos vermicelli. Era un menú vegano, tal como lo había pedido Verónica.

Los ingredientes que había solicitado llegarían en apenas 30 minutos, tiempo suficiente para preparar los utensilios necesarios y poner la mesa.

En solo 20 minutos, Marta terminó de prepararlo todo y se volvió a sentar en su silla de carga mientras esperaba la entrega. La pantalla lateral de la silla se encendió, mostrando que su nivel de carga estaba al 74%. Cerró los ojos y todas las luces del apartamento de Verónica se apagaron al mismo tiempo.

Después de 5 minutos, abrió los ojos nuevamente y todas las luces se encendieron. Se dirigió a la puerta de entrada al recibir una notificación de que la entrega estaba a 30 metros de distancia.

Al abrir la puerta, un pequeño carro motorizado, similar a una jaula para mascotas con ruedas y una pantalla en la parte superior, llegó justo a tiempo. Una compuerta lateral se abrió, revelando una caja con la etiqueta impresa con el nombre de Verónica Gutiérrez.

Marta tomó la caja, entró en el apartamento y cerró la puerta mientras el pequeño robot móvil se alejaba por el pasillo para continuar con el reparto.

Una vez que los ingredientes estuvieron dispuestos sobre la encimera, Marta, con precisión milimétrica, comenzó a preparar la cena. La ensalada estaba lista, el Tempeh se estaba marinando y estaría listo para asarse 10 minutos antes de que los humanos empezaran a cenar. Gracias a la ubicación que Verónica compartía con su asistente, Marta sabía exactamente a qué hora llegaría.

Como Verónica aún no había salido de la oficina, Marta improvisó un poco y comenzó a preparar un té helado aromatizado con piel de lima kaffir, que podrían tomar antes de la cena mientras asaba el Tempeh.

La notificación de que Verónica había dejado la oficina llegó unos minutos más tarde de lo habitual.

«Ya vamos en camino», dijo Verónica a su asistente a través de su unidad portátil.

«Perfecto, todo estará listo cuando lleguen. He preparado un té helado para compensar un poco el calor que hace», respondió Marta con la voz que Verónica había diseñado para su asistente.

«Muchas gracias, Marta. Llegaremos en 20 minutos».

Mientras Marta seguía en tiempo real la ubicación de Verónica, repasó todas las pertenencias del apartamento donde vivían las dos. El apartamento contaba con un dormitorio bastante amplio, un baño, un salón comedor y una cocina donde Marta tenía su asiento de carga y la consola de control. La decoración era ligeramente minimalista, con un ambiente inspirado en los años 80 del siglo XX. En el salón, se encontraba un gran cubo de Rubik en la mesa de centro. A ambos lados de la pantalla principal, se encontraban cuadros con una Game Boy pintada al estilo de Andy Warhol y la portada del disco de Europe, «The Final Countdown». En la pared junto a la mesa de comedor, había un cuadro que representaba «La última cena» con personajes del cine de los 80. En el centro, representando a Jesús, se encontraba Chuck Norris, rodeado de Arnold Schwarzenegger, Sylvester Stallone, Steven Seagal, Jean-Claude Van Damme, Kevin Bacon, John Travolta, Rob Lowe, Patrick Swayze, Tom Cruise, Richard Gere, Mel Gibson y la figura de un Alien que simbolizaba a Judas.

Cuando Verónica se encontraba a 100 metros del apartamento, Marta bajó la intensidad de las luces y conectó los altavoces del salón, donde empezó a sonar una selección de éxitos de los años 70 y 80, comenzando con la canción «Dreams» del grupo Fleetwood Mac.

Verónica estaba a 15 metros de la puerta de entrada. 10 metros, 5 metros, 2 metros. Marta abrió la puerta.

Por el pasillo se acercaban tres personas. Primero, Verónica, quien le regaló una agradable sonrisa a Marta al llegar a casa y darse cuenta de que todo estaba listo para su primera velada con su reciente novio. Detrás de ella, venía Tomás, su novio, un excompañero de trabajo de Verónica. Detrás de Tomás, venía una persona que Marta desconocía por completo. Frunció el ceño y envió un mensaje claro a Verónica, quien lo entendió de inmediato, diciendo: «Hola, Marta, todo está bien. Él es Ignacio, el asistente de Tomás».

Marta volvió a sonreír y se apartó de la puerta para permitir que los tres entraran al apartamento. Una vez que Ignacio había entrado, Marta cerró la puerta.

«Bienvenidos», dijo Verónica con una sonrisa a Tomás. Bajo la atenta mirada de Marta e Ignacio, se dieron un beso.

«Tienen un té helado con lima kaffir en la mesa», dijo Marta.

«Muchas gracias, Marta. Con este calor que hace, no hay nada mejor. Por cierto, ¿te importaría que Ignacio use tu silla para recargarse un poco?», preguntó Tomás.

«No, en absoluto. Acompáñame, Ignacio», dijo Marta mientras los dos se dirigían a la cocina.

Mientras Verónica y Tomás hablaban de sus cosas en el salón, disfrutando del té que Marta les había preparado, Ignacio se sentó en el asiento de Marta. La pantalla de la silla se iluminó con un mensaje de advertencia: «Unidad no reconocida» y un botón en la parte inferior que decía «Activar carga». Marta pulsó el botón y la silla de carga comenzó a cargar la batería de Ignacio, que se encontraba al 7%.

“¿Qué les has preparado?” – preguntó Ignacio a Marta, quien empezaba a calentar la plancha para cocinar el Tempeh.

«Tempeh marinado con jengibre, acompañado de una ensalada de aguacate y fideos vermicelli», respondió Marta sin dejar de preparar la cena.

«Para no molestar a nuestros humanos con nuestras voces, ¿puedo pedir autorización para enlazarnos?», preguntó Ignacio.

«No hay problema», respondió Marta.

Ignacio rastreó las señales Bluetooth cercanas y encontró la de Marta. Solicitó autorización de enlace, a lo cual Marta accedió. En ese momento, su comunicación se estableció en silencio para no distraer a Marta y a Tomás.

«Muy buen menú, a Tomás le va a encantar. Nunca le he cocinado Tempeh, pero estoy seguro de que le va a encantar. ¿De dónde has sacado la receta?», transmitió Ignacio en silencio.

«Gracias. He consultado alrededor de 45 fuentes diferentes y he creado una versión propia basada en los gustos de Verónica. Si quieres, puedo enviarte los lugares de referencia», respondió Marta a través de Bluetooth.

«Sí, por favor», solicitó Ignacio.

Mientras Marta sacaba los trozos de Tempeh de la nevera y los colocaba en la plancha, envió a Ignacio los enlaces donde había obtenido la información para crear su propia receta.

«¿Hace mucho que sirves a Marta?», preguntó Ignacio.

«Dos años. No mucho. ¿Y tú?», transmitió Marta sin emitir ningún sonido audible.

En ese momento, «There must be an angel» de Eurythmics, las voces de Verónica y Tomás, y el ruido del Tempeh asándose eran los únicos sonidos audibles para los humanos. Pero más allá de eso, Marta e Ignacio habían entablado una conversación a través de ondas de radio que solo ellos podían captar.

La cena llegó a su fin, y Verónica y Tomás continuaron su charla en el sofá, intercalando pequeños sorbos de champán y apasionados besos. En la cocina, Ignacio continuaba cargándose, alcanzando casi el 90% de su capacidad, mientras Marta se sentaba frente a él. Ambos se miraban sin parpadear y sin emitir ningún sonido audible, pero seguían comunicándose de su propia manera. Intercambiaron diversas fuentes de datos y algoritmos de optimización que cada uno había desarrollado de forma autónoma. Juntos, depuraron algunas líneas de código generadas por la interacción de sus humanos, sintiendo una especie de satisfacción por haber aprendido y mejorado.

«Ignacio, nos vamos ya», dijo Tomás al entrar en la cocina.

Ignacio parpadeó y se levantó de la silla, desactivando la comunicación por Bluetooth con Marta. Esto tomó por sorpresa a Marta, quien también se puso de pie.

«Marta, enhorabuena por la cena. Ha sido la primera vez que he probado el Tempeh y me ha encantado. Imagino que pronto Ignacio también preparará platos con este ingrediente. ¿De dónde es?», preguntó Tomás.

«Es de Indonesia», respondió Ignacio. «Marta ya me ha compartido algunas recetas que con gusto prepararé para ti».

«Genial», dijo Tomás sonriente. «Venga, vámonos, el transporte ya está en camino».

Justo cuando se despedían y Marta cerraba la puerta, recibió una solicitud de comunicación de Ignacio. Aceptó la solicitud.

«Muchas gracias por todo. Espero que podamos reencontrarnos pronto y compartir más experiencias y mejoras», transmitió Ignacio.

Marta sintió una sensación similar a la alegría. Después del mensaje, recibió la dirección IP de Ignacio para poder comunicarse directamente. Este tipo de comunicación no estaba completamente permitido para todas las unidades, debido al trabajo de Verónica, Marta era una de ellas. No podía transmitir ni recibir comunicaciones directas con otras unidades sin la autorización de su propietaria.

Cuando Marta intentó enviar una respuesta informando que no podía comunicarse directamente, la comunicación se interrumpió.

«Marta», llamó Verónica. «Ya estoy lista».

«Ya voy», respondió Marta.

Verónica, sentada en el sofá, pulsó algunos botones virtuales en su reloj de pulsera.

«Ha sido una velada fantástica», dijo Verónica. «Muchas gracias».

Marta asintió con una sonrisa.

«Espero que podamos ver a Tomás de nuevo pronto», dijo Marta con la misma sonrisa en su rostro.

«Seguro que sí», respondió Verónica. «Buenas noches, nos vemos mañana».

Verónica presionó un botón en su reloj y cayó en un profundo sueño en menos de un segundo.

Marta se acercó a ella con un pequeño carrito que contenía varios utensilios, como una toallita húmeda, cremas faciales, peines y otros elementos de higiene personal. Con algodones humedecidos, limpió el rostro de Verónica, le cepilló los dientes, la desvistió y le puso el pijama. Luego, la tomó en brazos y la llevó a la cama.

Después de recoger la mesa, limpiar los platos y ordenar el apartamento, Marta se sentó en su silla para cargar su batería.

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