La Gran Catedral

Nadie podía escapar de la imponente presencia de la Gran Catedral, adornada con majestuosas estatuas representando a Jesús, sus apóstoles y a la Virgen María. La puerta estaba siempre abierta a quien quisiera entrar y siempre había gente en los confesionarios, algunas veces incluso se creaban colas para reconciliarse con Dios. Las misas eran multitudinarias, especialmente los días especiales que obligaban a decenas de feligreses a seguirlas desde la calle.

El interior estaba decorado con gran esmero, usando materiales de primera con detalles realizados en oro y piedras preciosas. Algunas figuras habían sido talladas por grandes artistas haciendo que la Gran Catedral tuviera un encanto único en el mundo.

En el exterior, a lado de la girola se erigía un gran campanario. La gran torre acogía 4 majestuosas piezas de bronce con aleación de plata. Pero a pesar de la gran majestuosidad de las campanas, nadie podía escucharlas debido al gran ruido que provocaba la ciudad. No era el tráfico el responsable de que el repicar de las campanas pasara desapercibido, no. El ruido que enmudecía los sonidos de la Gran Catedral eran las explosiones, tiros y gritos de toda la violencia que la rodeaba.

Robos, atracos, asesinatos, ajustes de cuentas y otros tantos delitos que luego eran perdonados por la gracia de Dios, del Dios de los hipócritas.

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