Eran pocas las veces que la familia se reunía para hacer alguna actividad en común, e ir a visitar a la abuela era una de ellas.
Marcos, el padre de familia, iba conduciendo como siempre. Olga, su mujer, iba sentada en el asiento del copiloto, también como siempre cuando hacían actividades familiares. Detrás estaban Daniel y Sandra, los hijos de la pareja, de 5 y 15 años respectivamente.
La estampa no podía ser más típica de una salida familiar sacada de una película de mediodía americana.
– Mamá, ¿falta mucho? – preguntó Daniel.
– Aún falta un poquito – respondió Marcos.
– ¡Tengo que hacer pipí!
Olga se giró para mirar a su hijo.
– Cariño, ¿puedes aguantar un poquito más? – preguntó su madre con una cálida sonrisa.
– No mamá. – Respondió Daniel apretando fuertemente su entrepierna con su puño.
Olga suspiró.
– Será mejor que paremos pronto. – dijo Olga mientras miraba el mapa en su teléfono.
– Hay una área de servicio a unos kilómetros de aquí.
– Sí, la estoy viendo, pero creo que no llegaremos a tiempo. – dijo Olga. Dejó su teléfono en el hueco central del coche junto al teléfono de su marido. – Hay una salida de servicio – dijo señalando una salida situada a unos 300 metros, donde un camino transitaba en paralelo a la autovía.
– Ahí no hay nada. Será mejor ir al área de servicio.
– No llegamos a tiempo, sal aquí. – Olga se giró hacia su hijo. – Ahora paramos, un minuto cariño.
El coche salió de la autovía. El camino de servicio transcurría unos 500 metros de forma paralela. A mitad de camino había un edificio de una sola planta pintado de un gris oscuro con unas letras luminosas que sobresalían por la parte superior con una tipografía inglesa y la palabra “Heaven”.
Mientras el coche se acercaba, se podía ver que las ventanas estaban pintadas de negro y unos 5 coches estaban aparcados en el lateral del edificio de tal forma que desde la autovía no se podían ver.
Sandra dejó de jugar con su teléfono al notar que el coche reducía la marcha.
– ¿Ya hemos llegado? – Preguntó mirando a su alrededor.
– Aún no. Tu hermano tiene que ir al baño. – dijo su madre. – Estaciona un poco más adelante. – señaló a su marido.
El camino de servicio estaba en bastante mal estado y Marcos tuvo que casi detener el coche para sortear un agujero situado al lado de la entrada del edificio. En ese momento, Olga, Dani y Sandra observaron detenidamente su entrada. La puerta estaba pintada de negro y a un lado había un letrero donde se podía leer: “Reservado el derecho de admisión. Wifi gratis, pregunte por la contraseña”.
– Mamá, ¿eso es un…? – Preguntó Sandra.
– Sí, lo es. – respondió su madre antes de que terminara de hacer la pregunta.
Sandra apartó a su hermano de la ventana y con su teléfono le hizo una foto al edificio. Mientras el coche se dirigía a una pequeña explanada detrás del edificio, rodeada por un puñado de árboles, la hija mayor escribía una entrada con la foto adjunta que había tomado.
El coche aparcó.
– Ya voy yo. – dijo Marcos mientras se desabrochaba el cinturón de seguridad. Olga asintió.
Salió del coche y abriendo la puerta trasera derecha, cogió a su hijo en brazos y se dirigió hacia los árboles para que su hijo hiciera sus necesidades.
Sandra terminó de escribir su entrada y pulsó el botón de enviar, pero a los pocos segundos le salió una advertencia diciendo que no había sido posible publicarla debido a que no había conexión a internet.
– Mamá, ¿tienes internet? – preguntó Sandra mientras seguía pulsando el botón.
Olga cogió su teléfono. – No, hija, no hay internet.
Mientras ella miraba cómo su marido ayudaba a su hijo, dejó de nuevo su teléfono al lado del teléfono de su marido. En ese momento sonó una advertencia de haber recibido un correo electrónico. Olga y Sandra se miraron sorprendidas.
Olga cogió de nuevo su teléfono, miró su pantalla y, aparte de no haber ninguna advertencia, seguía marcando sin cobertura. Dejó su teléfono encima de su pierna y cogió el teléfono de su marido. Miró la pantalla y vio que tenía un aviso de un correo electrónico recién recibido con la señal wifi activada.
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